Tras Un cuento chino, el director Sebastian Borenzstein y el actor Ricardo Darín vuelven a trabajar juntos en otra coproducción hispano argentina: Capitán Kóblic. Esta vez se alejan de la comedia para traernos un áspero thriller en clave de western. La acción se desarrolla a finales de los años 70, durante la dictadura argentina. Un piloto de la Armada, no conforme con las órdenes recibidas, huye a refugiarse en un pueblo perdido, gobernado por un comisario de policía que impone su propia ley al más puro estilo caciquil.
Como el propio Darín decía en una entrevista, el personaje resulta muy controvertido, ya que en principio parece un héroe por negarse a hacer algo que es inmoral, pero por otra parte en vez de intentar luchar contra ello, se limita a escapar. Sin embargo el encontrarse con personas de alma más oscura que la suya, hace que realmente sí lo parezca.
Personalmente estoy de acuerdo con que para ser un héroe hay que hacer algo más, no solamente huir. Por ejemplo el caso del coronel Stauffenberg en Valkiria, el oficial que perpetró el último atentado contra Hitler por desaprobar los métodos del Führer, sí que hizo algo heroico, ya que se negó a seguir órdenes e intentó acabar con la barbarie. Creo que Capitán Kóblic propone un interesante debate sobre el heroísmo. Una cosa es ser buena gente por negarse a hacer el mal, y otra cosa es combatir esa maldad. Cuando se plantea una situación en que un sistema obliga a la gente a cometer atrocidades, podríamos distinguir cinco grupos según las reacciones de los individuos: los de alma más oscura serían los que comulgan con ese sistema, y disfrutan obedeciendo órdenes aberrantes. Luego estarían los amorales que simplemente acatan lo que hay y no se plantean nada más. El siguiente grupo sería el de aquellos que son conscientes de que lo que hacen está mal pero, bien por incapacidad o bien por cobardía, no hacen nada por evitarlo y viven llenos de remordimientos. Los siguientes serían los que, como Kóblic, tienen conciencia de que no está bien lo que hacen y se plantan, se niegan a cumplir órdenes. Y por último estarían los que además de negarse a hacer el mal son proactivos en intentar combatirlo. En los dos extremos es fácil emitir juicios de valor en función de buenos y malos, pero en los casos intermedios se abre un interesante debate a la hora de juzgar los comportamientos de la gente.
A Darín le secundan Inma Cuesta y Óscar Martínez, éste último en el papel del comisario, que compone un personaje en verdad desagradable y mezquino, tipo el capitán Quinlan de Orson Welles en Sed de mal. El trío protagonista trabaja muy bien, aportando sólidas interpretaciones. Por su parte el director consigue crear una atmósfera tensa desde el inicio hasta el final del metraje, con una puesta en escena muy sobria y una resolución de las acciones muy seca y directa, sin concesiones ni regodeo en lo sórdido. El ritmo es constante y adecuado para hacer avanzar la historia sin perder interés en ningún momento. El tono de la película está muy equilibrado y homogéneo, sin que ningún elemento chirríe o parezca fuera lugar.
El tratamiento de Borenzstein de dirigir la película como si fuera un western, le queda muy bien a la historia. Es un estilo de western no en la línea clásica de Ford o de Hawks, sino más bien en la estela más dura de Leone, Eastwood o Peckinpah.
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