Justin Kemp es un exalcohólico que ha rehecho su vida y está felizmente casado y a punto de ser padre cuando el juzgado lo cita para ser jurado en un juicio por asesinato. Culpan al novio de una chica que fue encontrada en un despeñadero al borde de una carretera de escasa visibilidad en una noche lluviosa. La fiscal que lleva el caso está en plena campaña para ser elegida fiscal del distrito y solo piensa en su carrera, por lo que se muestra implacable en el juicio, ya que encerrar a un asesino en un caso que conmocionó a la población local, es apuntarse un gran tanto. Sin embargo, al conocer los hechos, Justin recuerda haber pasado por aquella carretera aquella fatídica noche y haber chocado con lo que él pensó que sería un ciervo, pero ¿y si no era un ciervo? Por otro lado, la fiscal, ve clarísima la culpabilidad del acusado, cegada por ganar el caso, pero ¿y si realmente es inocente?
Hay un momento de la película en la que parece que va a ser un remake de 12 hombres sin piedad, pero pronto la historia se va por otros derroteros. La culpa, la conciencia, todos cometemos errores y es de justicia reconocerlos y tratar de enmendarlos, pero a veces, las circunstancias que nos rodean, las presiones externas, nos pueden llevar a tomar posturas equivocadas, cobardes, injustas, en fin, que nadie es perfecto. Un dilema moral que Eastwood pone sobre el tapete en esta interesante, inpecable y muy recomendable película, Jurado número 2.
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