La novena película de Quentin Tarantino, Érase una vez en Hollywood, es como el «summun» de su cinefilia. Toda su filmografía está jalonada de guiños y homenajes a películas y géneros, pero esta ya es en sí misma, conceptualmente, un gran homenaje a la industria del cine.
La trama se desarrolla en Hollywood durante 1969 y versa sobre el declive de una estrella de «westerns» televisivos que trata de sobrevivir a los cambios que está experimentando en esa época el mercado cinematográfico, acompañado por su inseparable amigo, el especialista que lo dobla en todas sus escenas de riesgo.
Como ya ocurría en Malditos bastardos, Tarantino mezcla realidad y ficción a su manera incluyendo personajes reales en la trama; en este caso nos plantea al protagonista como vecino del matrimonio de Roman Polanski y Sharon Tate. Otras celebridades de la época que son interpretados en el filme son Bruce Lee o Steve McQueen.
Protagonizan con gran carisma y soltura Leonardo di Caprio y Brad Pitt como el actor y su doble respectivamente. Les acompañan Margot Robbie en la piel de Sharon Tate y Al Pacino como el representante del protagonista.
El movimiento «hippy», la matanza de Charles Manson, los «spaghetti westerns», el cine de artes marciales, son elementos clave de aquel año 1969 que sirven a Tarantino para componer el escenario en el que se mueven sus personajes. El filme arranca con un ritmo sorprendentemente ágil que decae hacia el segundo tercio del metraje para volver a remontar en el desenlace de la historia. Que tenga cierta relevancia esa caída de ritmo quizá tenga que ver con la duración de la película, 161 minutos. Creo que no sería complicado reducir el tiempo recortando parte de ese pasaje en el que se ralentiza el ritmo.
Por lo demás, la selección de musical de Tarantino con títulos míticos de la época es sensacional, como cabía esperar, y su uso es brillante, sonando siempre la canción adecuada en el momento oportuno.
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