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martes, 26 de abril de 2011

Un escenario desolador pero fascinante


Las altas temperaturas y la escasez de agua son dos factores que combinados resultan incómodos y peligrosos para cualquiera. Esas condiciones se dan en el desierto, un entorno altamente hostil que sin embargo causa una gran fascinación y ha servido de escenario a grandes películas a lo largo de la historia. Recientemente tenemos el caso de Camino a la libertad, de Peter Weir, con los avatares de un grupo de fugados de un campo de concentración estalinista que deben atravesar a pie el desierto del Gobi, aunque se filmó en otras localizaciones.

Uno de los casos más paradigmáticos del desierto en el cine es Lawrence de Arabia (1962), el clásico de David Lean, un gran espectáculo cinematográfico que nos ha dejado un amplio repertorio de estampas de enorme belleza estética. La intensa luz y los amplios horizontes más allá de donde alcanza la vista, son algunos de los atractivos que estos parajes ofrecen a los cineastas y Lean ha sabido sacarle partido como nadie.

Buena parte de la película se rodó en el sur de España, en varias localizaciones Sevilla y Almería, entre ellas el desierto de Tabernas, el mismo en el que Sergio Leone recreó la frontera de Estados Unidos con Mexico para sus spaghetti-westerns. Inolvidable Clint Eastwood con su poncho y su sombrero pegando tiros a lo largo y ancho de la inmensidad desértica en Por un puñado de dólares (Per un pugno de dollari, 1964), La muerte tenía un precio (Per qualche dollare in piu, 1965) y El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto e il cativo, 1966). Ya sin Eastwood, Leone hizo una cuarta incursión en este escenario y género con Hasta que llegó su hora (C’era una volta il west, 1968). Rememorando este pasado de Tabernas, Alex de la Iglesia filmó con cierta nostalgia 800 balas (2002), con un espléndido Sancho Gracia en la piel de un veterano especialista que mantiene a duras penas un show del oeste en el otrora escenario de las míticas películas.

En este mismo desierto rodó Steven Spielberg parte de Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones and the last crusade, 1989). Para la primera aventura del famoso arqueólogo, En busca del Arca perdida (Raiders of the lost Ark, 1981), había escogido otro lugar, Túnez, donde ya su colega George Lucas recreó el ficticio planeta Tatooine para La guerra de las galaxias (Star wars, 1977), un rodaje accidentado ya que una tormenta de arena arrasó con parte del decorado galáctico que hubo de ser reconstruido.

Y por supuesto no puede faltar una mención a los desiertos norteamericanos, que han sido escenario de infinidad de westerns a lo largo de la historia, como La diligencia (Stagecoach, John Ford 1939) o Centauros del desierto (The searchers, John Ford 1956) en territorio estadounidense, o también en terreno mexicano como Veracruz (Robert Aldrich, 1954) o Dos mulas y una mujer (Two mules for sister Sarah, Don Siegel 1970), por citar algunos ejemplos.



Ya sea por la estética, la grandeza, la amplitud o por la fragilidad que el ser humano puede sentir ante el enorme vacío y las duras condiciones climatológicas, el caso es que el desierto no deja indiferente a nadie. El propio Lawrence de Arabia lo tenía muy claro:
- “¿Qué es, comandante Lawrence, lo que tanto le atrae del desierto?
- Está limpio.”

Enlaces relacionados:
Vídeo de Galax Pictures sobre el desierto: Los secretos de las arenas
El suelo del desierto en Horizontes bajo tierra

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